domingo, 5 de octubre de 2008

Querido diario: odio los sueños.

Querido diario, aún no me explico muy bien cómo fue, ni por qué tuvo que suceder; pero algo en mí me dice que no fue por casualidad. Te lo explicaré:

Un sueño, un estúpido sueño. Sigo sin comprender por qué me afectó tanto soñar con él.
Quizás porque no me lo esperaba, o porque una parte de mí se negaba a reconocer esa verdad que había albergado esperanzas en mi subconsciente durante tantos años; y yo sin saberlo.

Era un baile.
Guirnaldas de seda y lucecitas blancas decoraban el jardín, como si de pequeñas libélulas revoloteando por todos lados se tratase. Mil pétalos se dejaban caer sobre mi rostro de expresión afectada. ¡Por qué me torturaba de ese modo! Él permanecía allí, inmune a cualquier rumor que hablara sobre nosotros pudiendo afectar nuestra amistad, bailando con su pareja cuya cara nunca alcancé a ver.

-Que no se acerque a mí-dije yo. Margareth me dedicó una de sus sonrisitas- no quiero bailar con él.
-No te lo pedirá. Mira, tiene pareja.

Su respuesta no podría haber sido más oportuna, ni mis gestos menos discretos. Al pronunciar aquellas palabras, algo en él se percató de mi presencia y, abandonando a aquella chica misteriosa, buscó mis ojos entre la multitud, atrapándome con su estúpida sonrisa.
No recuerdo exactamente qué me dijo, tan sólo sé que sus palabras fueron las más tranquilizadoras. «Él estaba completamente seguro de sus sentimientos, pero necesitaba conocer los míos y así decidirse al fin.»
Ambos enrojecimos al instante, lanzando tímidas sonrisas al aire.

Y así, querido diario, acabó mi sueño. No dejo de pensar en él sabiendo que no puedo verle, tocarle o simplemente sentir su mirada sobre mí. Ya no puedo ruborizarme al recordar junto a él viejos pasajes de nuestra infancia. No dejo de imaginar el momento en que nuestros caminos se vuelvan a cruzar. Quizás sea dentro de un año, o quizás dentro de dos, no lo sé; pero nunca pierdo la esperanza porque, desde ese día, sé que le quiero y que ya nada volverá a separarme de él.

Sarah.


martes, 15 de julio de 2008

Sentimientos.

Estaba sentada con una taza de café entre las manos esperando que su príncipe llegara tarde, como siempre, con mil excusas que esta vez no estaba dispuesta a escuchar.
Todo le daba igual aquél día, nada especial ocurría al otro lado de la ventana, pero el cielo la poseía con un magnetismo brutal, hipnotizante, y el suave tintineo de los cascabeles armonizaba el ambiente.
No podía dejar de sentirse melancólica, aquella extraña sensación la poseía y unas delicadas mariposas revoloteaban en su interior mientras tejían con sus alas el alma, tan bella y dulce.
Y entonces recordó la disputa, una dura batalla entre cerebro y corazón. Gritos, insultos, pensamientos desgarrados entre balas de plata guardadas en un cajón.
Se estaba sumergiendo en su propia locura, necesitaba poseer aquello, aquél vil sentimiento que la arrastraba hacia una espiral de emociones, aquél que la convertía en un ser tan vulnerable y desgraciado.
Aún recordaba su sonrisa, sus ojos...aquellos ojos marinos como el mar, oscuros como el cielo en una noche de otoño tardío.
Una sonrisa se dibujó en su rostro: estaba enamorada.

lunes, 7 de julio de 2008

Miedo.

Un sonido, un grito desgarrador que resonaba en aquella sala inmensa, casi infinita, oscura y desoladora.
Desconsuelo, miedo al no poder escapar, presa del pánico por la incertidumbre, y el terror la consumía lentamente.
Sabía de dónde provenía aquél grito, aquella reclamación de auxilio que no obtendría respuesta, pero ella no podía hacer nada, ya era demasiado tarde y no podía volver atrás. Las lágrimas surcaban sus pálidas mejillas, antes rosadas, ahora blancas como el papel, culpa del miedo y la falta del sol.
Necesitaba escapar de aquél tétrico lugar pero no había puertas y la oscuridad era más densa a cada paso que daba, cada latido de su corazón era más debil y cada bocanada de aire se le hacía más dolorosa.
Alzó la vista y vislumbró a lo lejos una silueta, siniestra, aterradora iluminada por una tenue luz en torno a ella. Irene se acercó lentamente y por fin reconoció aquél espectro fantasmal que tanto tiempo había estado buscando y tanto tiempo la había atormentado: una niña pequeña de unos 5 años, ojos claros y cabello oscuro, con su osito de peluche bajo el brazo, una retrospección de sí misma.
La niña rió, con una sonrisita burlona en su mirada, y entonces ocurrió: allí, en medio de la nada, se dejó caer desmayada por el horror ante tal imagen, ante aquél sueño que siempre deseó incumplir.

La sangre borboteaba sin fin.

martes, 1 de julio de 2008

Una puerta.

Grandes edificios surcaban aquél cielo inmenso y ella no podía evitar sentirse más pequeña a cada paso, cada susurro del viento, cada caricia de aquél resplandeciente sol que ese día le brindaba una sonrisa.
Y allí se quedó parada, frente a una puerta, una puerta de cristal, grandiosa, que le permitía ver su interior. No era aquello lo que buscaba.
Siguió su camino, a largo pesar, sin saber exactamente qué esperaba encontrar, pero la intuición le decía que, al encontrarlo, sabría de verdad que era aquello.
A lo lejos vislumbró una vieja puerta, rota, de madera, muy oscura, pintada de verde y una sensación de intriga asomó a su curiosidad. ¿Qué sería aquello? ¿Qué misterios ocultaría? ¿Cuántas cosas depararía el saber su contenido?
Aceleró el paso, más deprisa y más, y más y más, cada vez más rápido, necesitaba saber qué era, qué quería decir todo aquello que no entendía, más deprisa, necesitaba saber...más deprisa, y más y más...caminaba a grandes zancadas y entonces se fijó en las personas que vagaban por allí: gente sin alma, sin sombra, buscando una puerta, ¿Buscarían lo mismo que ella?
Corrió, a grandes zancadas, quizás por miedo a que la puerta desapareciera justo ahora que ya la había encontrado. Ansiaba saber todo lo que escondía.
Y allí estaba, frente a una puerta rota, de madera tintada de verde, fea y vieja, su puerta.
Ya le daba igual que los peatones de aquella extraña ciudad la miraran con extrañeza, ya le daba igual todo, había encontrado su puerta, su camino, su pasaje de ida a un viaje sin vuelta.

sábado, 28 de junio de 2008

Querido diario.

Una vez más sueño despierta, encarcelada en mis pensamientos, en mis memorias.
La dulce luz de las estrellas me abstrae del mundo esta noche, no sé qué me pasa, pero me siento bien, me siento tan plena...y me doy cuenta de lo pequeña que soy, de lo insignificante que es mi vida entre otras miles de vidas que vagan absortas en sus propios pensamientos como ahora lo hago yo.
El reloj marca las 2:07 de la noche, y yo me dirijo a la cocina, con aquél pijama de seda azul que sé que le gustaba. Nunca me lo dijo, pero recuerdo muy bien su reacción: una fugaz mirada de deseo en sus ojos verdes. Un deseo que quizás me inventé yo, pero nadie es perfecto, ¿No?
Tomo un sorbo de café, tan reconfortante, dulce y a la vez amargo, y me quedo distraída.
Hoy no sé qué me pasa que todo me da igual. ¿Estaré enamorada? No, imposible.
La palabra correcta sería: melancólica, pero, ¿Melancólica de qué?
¿De aquellas noches de insomnio pensando en él, en su voz, en su mirada, en su sonrisa? ¿De aquellas noches imaginándole en sueños? ¿De aquellos días en que soñaba despierta escuchando su voz?
Realmente no lo sé. No me comprendo. Pero me da igual.
Lo único que sé seguro, es que hoy la luna está plena, y mi diario repleto de hojas por llenar....



Sarah.

viernes, 27 de junio de 2008

El álbum de fotos.

Recuerdos, pensamientos escondidos tras una imagen, sonrisas plasmadas para el resto de la historia.
Miles de momentos guardados en un libro, un álbum de fotos que, al abrirlo, muestra los secretos más bien guardados. Secretos que tan sólo sus protagonistas conocen.
Ella lo abrió, con la intención de recordar su niñez. Emociones que surgen en lágrimas desbocadas sobre un dulce rostro, un rostro que, a pesar del tiempo, no era tan diferente a la escena que ahora observaba: una niña de 9 años, con su vestidito rojo y sus zapatitos a juego, que sostenía un osito de peluche entre las manos, orgullosa de su nueva adquisición, su regalo de cumpleaños.
Entonces recordó una musiquita de su antiguo joyero, un minibaúl donde guardaba sus tesoros, un olor... el de las flores de jazmín que florecían a mediados agosto, siempre coincidían con aquella fecha, la de su nacimiento.
Y es que el paso del tiempo no lo borra todo, deja huella, en una parte o en otra, una huella imborrable, que permanece grabada en las vidas de las personas.
Tantas fotografías, tantas personas que cobran vida en ellas, tantos recuerdos transportados desde el pasado...
tantas cosas que no se han olvidado.

jueves, 26 de junio de 2008

Amor.

No tiene historia, no tiene ni pies ni cabeza. Sabe que escriba lo que escriba hoy no le va a gustar.
Cansada apaga el ordenador, desparrama todas las hojas anteriormente colocadas en un montoncito y observa el desastre sobre la mesa, satisfecha del resultado de su ira.
Está agotada, está dolida, el amor no llama y ella se ha cansado de esperar, las ideas no vienen y ella ha perdido la ilusión.
No llora, no ríe, no sueña, no desea por miedo a hacerse más daño.
No come ni bebe porque todo le sienta mal, y es que se hace tan eterno cada minuto y tan amargo cada sonrisa...
El dolor la consume por momentos sin remedio, no puede escapar si no toma una decisión.
Se dirige a su cama con la esperanza de conciliar el sueño, pero no puede. Hace días que no duerme, algo la atormenta y no sabe muy bien el qué.
¿Qué hacer en estas situaciones?
La gente normal toma antidepresivos, piensa; pero eso es una estupidez, al fin y al cabo tan solo es insomnio.
Pasan las horas dando vueltas entre sábanas y oye un ruido: una risa, no, mejor dicho; una carcajada. La puerta se abre y escucha perfectamente la conversación, no quiere oírla, sabe que no le gustará, y aún así agudiza el oído para entender...
que está siendo prisionera de una ilusión.