sábado, 28 de junio de 2008

Querido diario.

Una vez más sueño despierta, encarcelada en mis pensamientos, en mis memorias.
La dulce luz de las estrellas me abstrae del mundo esta noche, no sé qué me pasa, pero me siento bien, me siento tan plena...y me doy cuenta de lo pequeña que soy, de lo insignificante que es mi vida entre otras miles de vidas que vagan absortas en sus propios pensamientos como ahora lo hago yo.
El reloj marca las 2:07 de la noche, y yo me dirijo a la cocina, con aquél pijama de seda azul que sé que le gustaba. Nunca me lo dijo, pero recuerdo muy bien su reacción: una fugaz mirada de deseo en sus ojos verdes. Un deseo que quizás me inventé yo, pero nadie es perfecto, ¿No?
Tomo un sorbo de café, tan reconfortante, dulce y a la vez amargo, y me quedo distraída.
Hoy no sé qué me pasa que todo me da igual. ¿Estaré enamorada? No, imposible.
La palabra correcta sería: melancólica, pero, ¿Melancólica de qué?
¿De aquellas noches de insomnio pensando en él, en su voz, en su mirada, en su sonrisa? ¿De aquellas noches imaginándole en sueños? ¿De aquellos días en que soñaba despierta escuchando su voz?
Realmente no lo sé. No me comprendo. Pero me da igual.
Lo único que sé seguro, es que hoy la luna está plena, y mi diario repleto de hojas por llenar....



Sarah.

viernes, 27 de junio de 2008

El álbum de fotos.

Recuerdos, pensamientos escondidos tras una imagen, sonrisas plasmadas para el resto de la historia.
Miles de momentos guardados en un libro, un álbum de fotos que, al abrirlo, muestra los secretos más bien guardados. Secretos que tan sólo sus protagonistas conocen.
Ella lo abrió, con la intención de recordar su niñez. Emociones que surgen en lágrimas desbocadas sobre un dulce rostro, un rostro que, a pesar del tiempo, no era tan diferente a la escena que ahora observaba: una niña de 9 años, con su vestidito rojo y sus zapatitos a juego, que sostenía un osito de peluche entre las manos, orgullosa de su nueva adquisición, su regalo de cumpleaños.
Entonces recordó una musiquita de su antiguo joyero, un minibaúl donde guardaba sus tesoros, un olor... el de las flores de jazmín que florecían a mediados agosto, siempre coincidían con aquella fecha, la de su nacimiento.
Y es que el paso del tiempo no lo borra todo, deja huella, en una parte o en otra, una huella imborrable, que permanece grabada en las vidas de las personas.
Tantas fotografías, tantas personas que cobran vida en ellas, tantos recuerdos transportados desde el pasado...
tantas cosas que no se han olvidado.

jueves, 26 de junio de 2008

Amor.

No tiene historia, no tiene ni pies ni cabeza. Sabe que escriba lo que escriba hoy no le va a gustar.
Cansada apaga el ordenador, desparrama todas las hojas anteriormente colocadas en un montoncito y observa el desastre sobre la mesa, satisfecha del resultado de su ira.
Está agotada, está dolida, el amor no llama y ella se ha cansado de esperar, las ideas no vienen y ella ha perdido la ilusión.
No llora, no ríe, no sueña, no desea por miedo a hacerse más daño.
No come ni bebe porque todo le sienta mal, y es que se hace tan eterno cada minuto y tan amargo cada sonrisa...
El dolor la consume por momentos sin remedio, no puede escapar si no toma una decisión.
Se dirige a su cama con la esperanza de conciliar el sueño, pero no puede. Hace días que no duerme, algo la atormenta y no sabe muy bien el qué.
¿Qué hacer en estas situaciones?
La gente normal toma antidepresivos, piensa; pero eso es una estupidez, al fin y al cabo tan solo es insomnio.
Pasan las horas dando vueltas entre sábanas y oye un ruido: una risa, no, mejor dicho; una carcajada. La puerta se abre y escucha perfectamente la conversación, no quiere oírla, sabe que no le gustará, y aún así agudiza el oído para entender...
que está siendo prisionera de una ilusión.

Un sueño.

¿Por qué?
Cada vez que cierro los ojos, apareces tú, de pie, apoyado contra la pared, esperándome con una sonrisa y un ramo de flores bajo el brazo.
La chimenea está encendida, la habitación es cálida y acogedora, completamente desconocida.
Observo tu rostro iluminado tenuemente por las llamas anaranjadas del fuego, y oigo su chisporroteo, hipnotizante.
Noto mis piernas temblar. Me acerco despacio, pensando que cualquier cosa puede estropear este momento.
Tus ojos verdes, fijos en mí, se divierten observando juguetonamente como abro y cierro la boca, intentando hablar, pero las palabras no se deciden a salir, y yo me quedo temblando, exhausta de la emoción y ansiosa por oírte decir aquello que más deseo escuchar.
Comienza el juego: los dos recordamos, sentados en el sofá, viejos recuerdos de nuestra niñez y reímos como nunca antes hubiéramos podido imaginar.
Jugamos a adivinar lo que piensa el otro, un juego tentador y atrevido. Abrimos la botella de champagne, brindamos por lo que hasta ahora no tenemos, y ambos sentimos que la temperatura aumenta, y empieza a fluir entre nosotros.
Pero, por desgracia, no alcanzo a ver nada más.
Porque ya he abierto los ojos y estoy despierta. Rota por dentro, y quiero llorar, llorar como nunca antes he llorado. Y sentir las lágrimas fluyendo sobre mi rostro sin poder evitar que ya no sé qué debo hacer para poder estar junto a ti.
Y ahora, cada noche, temo cerrar los ojos, porque sé que cuando los abra, volveré a sufrir...
volveré a ser presa de un sueño sin fin.