martes, 15 de julio de 2008

Sentimientos.

Estaba sentada con una taza de café entre las manos esperando que su príncipe llegara tarde, como siempre, con mil excusas que esta vez no estaba dispuesta a escuchar.
Todo le daba igual aquél día, nada especial ocurría al otro lado de la ventana, pero el cielo la poseía con un magnetismo brutal, hipnotizante, y el suave tintineo de los cascabeles armonizaba el ambiente.
No podía dejar de sentirse melancólica, aquella extraña sensación la poseía y unas delicadas mariposas revoloteaban en su interior mientras tejían con sus alas el alma, tan bella y dulce.
Y entonces recordó la disputa, una dura batalla entre cerebro y corazón. Gritos, insultos, pensamientos desgarrados entre balas de plata guardadas en un cajón.
Se estaba sumergiendo en su propia locura, necesitaba poseer aquello, aquél vil sentimiento que la arrastraba hacia una espiral de emociones, aquél que la convertía en un ser tan vulnerable y desgraciado.
Aún recordaba su sonrisa, sus ojos...aquellos ojos marinos como el mar, oscuros como el cielo en una noche de otoño tardío.
Una sonrisa se dibujó en su rostro: estaba enamorada.

lunes, 7 de julio de 2008

Miedo.

Un sonido, un grito desgarrador que resonaba en aquella sala inmensa, casi infinita, oscura y desoladora.
Desconsuelo, miedo al no poder escapar, presa del pánico por la incertidumbre, y el terror la consumía lentamente.
Sabía de dónde provenía aquél grito, aquella reclamación de auxilio que no obtendría respuesta, pero ella no podía hacer nada, ya era demasiado tarde y no podía volver atrás. Las lágrimas surcaban sus pálidas mejillas, antes rosadas, ahora blancas como el papel, culpa del miedo y la falta del sol.
Necesitaba escapar de aquél tétrico lugar pero no había puertas y la oscuridad era más densa a cada paso que daba, cada latido de su corazón era más debil y cada bocanada de aire se le hacía más dolorosa.
Alzó la vista y vislumbró a lo lejos una silueta, siniestra, aterradora iluminada por una tenue luz en torno a ella. Irene se acercó lentamente y por fin reconoció aquél espectro fantasmal que tanto tiempo había estado buscando y tanto tiempo la había atormentado: una niña pequeña de unos 5 años, ojos claros y cabello oscuro, con su osito de peluche bajo el brazo, una retrospección de sí misma.
La niña rió, con una sonrisita burlona en su mirada, y entonces ocurrió: allí, en medio de la nada, se dejó caer desmayada por el horror ante tal imagen, ante aquél sueño que siempre deseó incumplir.

La sangre borboteaba sin fin.

martes, 1 de julio de 2008

Una puerta.

Grandes edificios surcaban aquél cielo inmenso y ella no podía evitar sentirse más pequeña a cada paso, cada susurro del viento, cada caricia de aquél resplandeciente sol que ese día le brindaba una sonrisa.
Y allí se quedó parada, frente a una puerta, una puerta de cristal, grandiosa, que le permitía ver su interior. No era aquello lo que buscaba.
Siguió su camino, a largo pesar, sin saber exactamente qué esperaba encontrar, pero la intuición le decía que, al encontrarlo, sabría de verdad que era aquello.
A lo lejos vislumbró una vieja puerta, rota, de madera, muy oscura, pintada de verde y una sensación de intriga asomó a su curiosidad. ¿Qué sería aquello? ¿Qué misterios ocultaría? ¿Cuántas cosas depararía el saber su contenido?
Aceleró el paso, más deprisa y más, y más y más, cada vez más rápido, necesitaba saber qué era, qué quería decir todo aquello que no entendía, más deprisa, necesitaba saber...más deprisa, y más y más...caminaba a grandes zancadas y entonces se fijó en las personas que vagaban por allí: gente sin alma, sin sombra, buscando una puerta, ¿Buscarían lo mismo que ella?
Corrió, a grandes zancadas, quizás por miedo a que la puerta desapareciera justo ahora que ya la había encontrado. Ansiaba saber todo lo que escondía.
Y allí estaba, frente a una puerta rota, de madera tintada de verde, fea y vieja, su puerta.
Ya le daba igual que los peatones de aquella extraña ciudad la miraran con extrañeza, ya le daba igual todo, había encontrado su puerta, su camino, su pasaje de ida a un viaje sin vuelta.